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La prueba nuclear que las autoridades de Estados Unidos resolvieron realizar en Amchitka, una isla de Alaska, fue la gota que rebalsó el vaso. Cuando comenzó a trascender esa información en 1971, varios amantes de la naturaleza entendieron que era necesario hacer algo: la Tierra ya estaba siendo bastante castigada como para padecer las consecuencias de una iniciativa de ese tipo.

Dorothy y Ben Metcalfe, Marie y Jim Bohlen y otros ecologistas que vivían en la ciudad canadiense de Vancouver decidieron entonces tomar cartas en el asunto. Tras alquilar el buque pesquero Phyllis Cormack, se dirigieron hacia Alaska para que la embarcación sirva como “escudo” de Amchitka y así boicotear el plan de la Armada estadounidense.

El proyecto ambientalista, en cierto sentido, fracasó: el Phyllis Cormack fue interceptado por la Guardia Costera antes de arribar a su destino y la detonación de la bomba se concretó. Sin embargo, la repercusión de la cruzada de Metcalfe, Bohlen y compañía fue tan inmensa que, poco tiempo después, el gobierno norteamericano optó por cancelar su programa nuclear. La semilla sembrada por estos militantes verdes, que bautizaron al grupo como Greenpeace, pronto daría múltiples frutos.

Por una nueva realidad

En los años siguientes surgieron numerosas agrupaciones independientes que se autodenominaron del mismo modo. Recién en 1978, con la finalidad de concentrar los esfuerzos y acrecentar el alcance, los precursores canadienses establecieron Greenpeace Internacional. La premisa: cambiar la realidad medioambiental a través de la adhesión de voluntades individuales, sin la participación de gobiernos ni de empresas.

Desde entonces Greenpeace lleva a cabo intervenciones de campo tan osadas y ambiciosas como aquella de 1971, junto a campañas globales de concientización para que cada persona pueda sumarse, desde su lugar, a la protección del planeta.

Al rechazar el dinero del Estado y de las compañías, el financiamiento de las actividades exige el apoyo de los ciudadanos comunes y corrientes. El trabajo comprometido y esforzado desarrollado a lo largo de casi medio siglo le permite a Greenpeace contar actualmente con unos tres millones de voluntarios y socios cuyos aportes económicos son esenciales para solventar el funcionamiento de sus oficinas en más de cuarenta naciones.

Una lucha sin pausa

Los ensayos nucleares fueron la preocupación primigenia de Greenpeace y todavía forman parte de sus  inquietudes. Pero, con el paso de los años, la ONG incorporó muchas otras causas, como el impulso de las energías renovables, la promoción del reciclaje y la protección del Ártico y de los bosques.

Al repasar la historia aparecen varios hitos que reflejan la importancia de la batalla dada por los activistas. A mediados de la década de 1970, por ejemplo, un gomón de Greenpeace se interpuso entre ballenas y los arpones soviéticos para impedir la cacería de los cetáceos. Seis años después, un miembro del grupo se encadenó al arpón de una embarcación japonesa con el mismo fin, forzando al barco a volver al puerto.

La declaración de “ilegal” a un hotel que fue levantado en una playa protegida de España; el abandono de Shell de sus exploraciones petroleras en el Ártico; la prohibición de pesca durante dos temporadas en una región de México con el fin de proteger a la vaquita marina; y el compromiso de P&G para cuidar los bosques de Indonesia están entre los logros conseguidos por Greenpeace.

El camino, por supuesto, no estuvo exento de traspiés. Uno de los más conocidos, y trágicos, fue el hundimiento del Rainbow Warrior en 1985 mediante un atentado ejecutado por los servicios secretos franceses, que hicieron explotar dos bombas para que el barco no pudiera protestar ante los ensayos nucleares en el Atolón de Mururoa. El ataque le costó la vida al fotógrafo Fernando Pereira.

Ecologismo en celeste y blanco

El 1 de abril de 1987 se produjo la inauguración oficial de la oficina de Greenpeace Argentina. De esta manera, la entidad se radicó por primera vez en un país que no integraba el denominado Primer Mundo. La campaña inicial estuvo centrada en los residuos tóxicos y luego empezaron a sucederse las acciones contra el desmonte, el cambio climático y otras problemáticas ambientales.

El impacto de Greenpeace en el panorama local fue inmediato y no deja de crecer. Desde la cancelación de un proyecto para construir un basurero nuclear en Chubut hasta la prohibición de la producción, la importación y la comercialización de juguetes con ftalatos, pasando por la aprobación de la Ley de Basura Cero en la Ciudad de Buenos Aires y la sanción y reglamentación de la Ley de Bosques a nivel nacional, la presión de la organización resultó clave para conseguir avances en materia de cuidado ambiental. El planeta, agradecido.