Las empresas comienzan a ver cada vez con mejores ojos la posibilidad de intercalar el trabajo presencial con la modalidad home office, lo que incluso les permitiría hacer más eficientes los costos fijos en las oficinas y a los empleados tener menos gastos de viáticos y más tiempo libre al no tener que viajar de la casa al trabajo y del trabajo a la casa.

También las universidades, luego de haber adaptado sus sistemas y modalidades de enseñanza, comienzan a considerar la posibilidad de mantener ciertos cursos y carreras con la modalidad a distancia o, al menos, con un sistema híbrido o mixto que combine presencialidad con virtualidad.

En este contexto, uno de los problemas a los que nos enfrentamos es al crecimiento del cibercrimen, es decir, de los delitos que se cometen a través de internet y las nuevas tecnologías. Así como cuando aumenta la población de una ciudad también aumentan los hechos delictivos, ahora que son muchas más las personas que realizan actividades en el espacio público digital, los delincuentes no se quedan atrás y están adaptando sus fechorías. Los millenials seguramente definan a esto como Delito 2.0.

A medida que aumentan las cosas cotidianas que podemos hacer a través de internet, y teniendo en cuenta que estamos continuamente conectados a la red a través de computadoras, celulares, tablets e incluso relojes inteligentes, las posibilidades de ser víctimas de ciberdelitos aumentan cada vez más.

Jorge Litvin, letrado especializado en derecho informático, afirmó que hay que pensar al ciberdelito como pensamos al coronavirus, adoptando conductas de higiene digital para evitar caer en las manos de los ciberdelincuentes. En la misma línea, el reconocido abogado Guillermo Chas sostiene que las consecuencias del ciberdelito crecen continuamente porque cada vez aumenta más la penetración de lo digital en la vida humana, y eso hace crecer el mercado de potenciales víctimas atrayendo a los ciberdelincuentes.

Sucede que, cuando nos conectamos a una red pública de wifi, en un café, nuestros datos están expuestos, y cuando ingresamos a las redes de nuestro trabajo, los cibercriminales pueden aprovechar para robar información sensible. De hecho, las empresas también sufren ciberdelitos y afrontan enormes gastos por los daños informáticos, la pérdida de información y la afectación a su imagen de marca.

Pero la mayor parte de los casos se relacionan con errores no forzados de los usuarios, que muchas veces le servimos la información en bandeja a los delincuentes digitales para que luego nos conviertan en víctimas. En los últimos meses las redes sociales se plagaron de historias y casos de personas que son contactadas vía mail, facebook, instagram o incluso whatsapp, por sujetos que simulan representar a diversas entidades bancarias o financieras y, con distintos engaños que incluyen perfiles lookeados como los que verdaderamente pertenecen a esas instituciones, solicitan datos personales o contraseñas con las que luego cometen diversos tipos de estafas o fraudes virtuales. 

Esta modalidad, que se conoce como phishing, le permite a los criminales hacerse de la información sensible necesaria para poder ingresar a las cuentas de homebanking y vaciarlas, e incluso para sacar préstamos personales que luego giran a otras cuentas, dejando a la víctima no solo sin ahorros sino también con deudas.

 

Además, quienes se dedican a cometer este tipo de actos delictivos a través de las redes tienen una gran ventaja, ya que las fuerzas de seguridad y los equipos de investigación de nuestro país no están lo suficientemente desarrollados y corren desde atrás, mientras la justicia enfrenta grandes desafíos para poder combatir al cibercrimen.

Por estos motivos, lo más importante es reforzar la prevención y doblar nuestros esfuerzos en materia de seguridad digital y empezar a pensar del mismo modo que nos cuidamos en el mundo físico. Si no dejamos las llaves del auto puestas, tampoco tenemos que dejar una sesión abierta en cualquier dispositivo. Si no le abrimos la puerta de casa a alguien que toca el timbre diciendo ser técnico de una empresa, tampoco tenemos que compartir nuestros datos privados con alguien que nos escribe por una red social diciendo que pertenece a un banco. El sentido común, en definitiva, es nuestro mejor aliado para protegernos y no caer en las garras de los cibercriminales.